viernes, 26 de julio de 2013

Ojos de cristal.

Ojos de cristal.

¿Hace cuánto que estoy aquí? La verdad me es difícil recordarlo. El tiempo parece pasar de manera distinta desde que quedé atrapada en este lugar. Además, hay veces en las que no puedo evitarlo y me quedo dormida. Mi mente necesita descansar después de todo, aunque no pueda mover este cuerpo.

Hace poco desperté de uno de esos sueños. Cuando mis ojos vieron de nueva cuenta lo que estaba frente a mí, sólo encontré polvo y muebles viejos cayéndose a pedazos. No es extraño, pasan años antes de que alguien venga aquí, por eso es tan solitario. Y, aunque quiera, no puedo volver la mirada para ver a mi compañera. Antes había un espejo frente a nosotras por el cual la veía. Ahora ya no está, de seguro se lo han llevado. ¡Qué mala suerte!

No me queda más remedio que recordar el pasado, para poder verla en mis recuerdos.

La primera vez que la vi era una niña tan linda, con sus cabellos negros perfectamente agarrados en dos coletas, y un moño rosa en cada punta. Y esos vestidos, por qué siempre se ataviaba con un vestido, tan hermosos, adornados con encajes dorados y de colores pasteles.

Yo le tenía envidia. Hacía años que nadie me vestía a mí de esa manera. Yo también soy una niña, después de todo, y una de las épocas antiguas, cuando la ropa de verdad valía la pena. No sé de dónde sacan la moda ahora, pero en mis tiempos era más hermosa; la actual parece haber perdido su encanto.

Bueno, pero no es la ropa lo que importa, es ella. Con sus mejillas sonrosadas y su piel fina. Tan linda siempre. Recuerdo cuando entró por primera vez a la habitación. Sus ojillos pardos se toparon con los míos. Creo que fue amor a primera vista, ya que de inmediato me tomó en sus manos.

—¡Qué hermosa! —dijo, mientras reía—. ¿Puedo quedármela, señora? —preguntó a su madre.

La vieja la miró con falsa dulzura, mientras sonreía.

—Lo siento, querida, pero no está a la venta.

Pobrecilla, se notaba que quería llorar.

—Pero vuelve otro día —dijo la anciana—, y te dejare jugar con ella.

Sus ojos brillaron de emoción, y con cuidado volvió a ponerme en el estante. Y quedé de nuevo sola, en ese triste rincón llenándome de polvo, de vez en cuando viendo como la vieja trabajaba haciendo más muñecas.

Pasaron los días y aquella chiquilla no volvía. Creí que no la vería de nuevo, pero un día escuché como la puerta se abría con cuidado, y luego ella estaba allí. Me tomó en sus brazos de nuevo y entonces jugó conmigo. Ella era cálida, y siempre me trataba bien. Pero luego se iba, se marchaba cuando su madre la llamaba; llegué a odiarla por eso.

Pero cuando regresaba, todo volvía a ser feliz. Creo que fue cuando comencé a pensar en lo bueno que sería que se quedara conmigo para siempre.

De seguro ella debió de escucharme, puesto que una tarde entró en el taller junto con la niña.

—¿De verdad va a hacerme una muñeca? —preguntó la chiquilla.

La anciana sonrió.

—Por supuesto, y será una muy linda, Adelaida. 

La niña reía feliz, mientras se acercaba a donde yo estaba. Pero eso no me importaba, sabía lo que seguía, yo misma lo había vivido hacía tantos años. Puedo describir el proceso, está nítido en mi mente. Primero la durmió, colocando un pañuelo en su boca mientras estaba distraída; luego se deshizo de la ropa.

Colocó el cuerpo desnudo de la chiquilla de nueve años en la mesa de trabajo, y con sumo cuidado cortó cada parte; los brazos, las piernas y la cabeza. Los apiló con suma delicadeza, teniendo cuidado de no dañar la piel. Y luego metió una a una las piezas en los frascos con aquel liquido amarillento y de un olor horrible.

Los primeros días son un suplicio, cuando estás en el frasco, viva, pero no puedes moverte. La vieja es buena en lo que hace, es una bruja poderosa. Sabe como dejar atrapada un alma en un cuerpo que parece muerto. Vive de ello, después de todo, adelante hay una tienda con toda clase de muñecos. Pero las mejores se quedan aquí, en la trastienda, hasta que debe deshace de ellos cuando le aburren. Yo jamás le aburrí, puesto que me dejo aquí, sola durante años.

Pasaron los días, y las piezas se encogían y endurecían, hasta que la piel parecía porcelana. Luego ella volvió a entrar a la habitación. Destapó los frascos y uno a uno fue limpiando cada pieza, hasta que quedaron relucientes. Sacó los hilos y la aguja y comenzó a coserlas. Era una muñeca hermosa, el retrato mismo de Adelaida, y mi nueva compañera en el oscuro taller.

—Es preciosa, ¿no lo crees, querida? —me preguntó la viaja, una vez que hubo puesto el hermoso vestido victoriano de color granete—. Es tú nueva compañera.

La colocó en el estante, junto a mí. Y a través del espejo la veía, tan linda, tan silenciosa, con unos ojos de mostraban que aún estaba viva, que aún no se perdía en la monotonía de las cosas. Alguna vez yo pensé lo mismo, que todo era una pesadilla. Pero, como todas, con el tiempo se acostumbró, pues sus ojos comenzaron a apagarse, como los míos tanto tiempo atrás.

Junto a mí presenció como una a una las nuevas muñecas eran fabricadas. Cada cual una magnífica obra de arte de la vieja, pero ninguna tan perfecta como para acompañarnos en el estante de la trastienda.

Con el pasar del tiempo, la anciana cada vez iba menos. Las últimas muñecas ya no quedaban bien, y se veía forzada a destruir los restos en la vieja chimenea.
—Ya estoy muy vieja para esto —nos dijo, justo antes de salir por la puerta del taller una noche, para nunca más regresar.

Y desde entonces estamos aquí solas, viendo cómo pasa el tiempo a través de nuestros ojos de cristal.

¡Un momento! La puerta se ha abierto. Pero si es una niña, esperó que juegue con nosotras, los últimos años han sido tan aburridos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario